Los mexicanos tenemos un asidero para identificarnos como tales y lo llamamos “cultura”, pero, más acá de la indefinición general del término, la palabra cultura en México es un piso o un techo demasiado borrosos para poder atrincherarnos 130 millones de nacionales sin contar a los que están afuera, porque es un concepto cobijado por la indefinición: a según se le use como raíz de identidad o rasgo visible de superioridad, aunque en realidad tiene innumerables otras acepciones y no sólo para los mexicanos sino en muchos idiomas. En otras palabras, la cultura no sirve para invocar una identidad unificadora. Y esto, aunque el Presidente de la República no cese de recordarnos que somos un gran pueblo por una historia consistente de valores y que nuestra fuerza está en nuestra cultura… Muchos sabemos a qué se refiere y estamos en principio de acuerdo, pero creemos que sólo compartimos un territorio y episodios históricos que nos unieron, sin dejar de afirmar que en realidad somos multiculturales y, sobre todo biculturales al borde de una coyuntura a punto de desgarrarse…
Hace unos diez años publicamos en estas páginas una definición amplia de “cultura”, a saber: el conjunto de respuestas que una sociedad da a los retos de la naturaleza y de la propia sociedad. En ésta comprendimos la acción humana enfrentada a su entorno natural y social, desde la formación de los primeros grupos humanos, cuya humanidad era a la vez causa y resultado del entorno natural y de su capacidad infinita para crear respuestas particulares a los retos que se les presenten. Apoyada en esta reflexión, podríamos decir que México reúne en un territorio de 2000 km2 una naturaleza que ha sido interpelada por millones de seres humanos y a lo largo de milenios respuestas constructivas (culturas autóctonas) y destructivas (contradicciones inherentes a las concepciones del mundo producidas en distintos entornos naturales y sociales). A éstas últimas pertenece nuestra historia de conquistas de origen extraterritorial, con su secuela de contradicciones donde han ganado alternativamente la fuerza y la resistencia que, contrariamente a un historicismo romántico, no se mezclan para producir un armónico mestizaje, sino que se excluyen mutuamente, ya sea de una manera explícita ya sea implícitamente en el rechazo profundo e interno por y hacia los otros.
Pues en México, el otro, los otros, casi no existen mutuamente incluso hoy día. Se ignoran o se atacan en las urbes y en los campos no productivos sino sólo explotados: en el dar paso a peatones desde el volante de un vehículo, o en la hostilidad de los vecinos a la mudanza de una nueva familia, en el asentamiento de repatriados a sus antiguos campos o en las colas de aspirantes a trabajo ante fábricas o explotaciones mineras. Salvo, aún hoy día, en las comunidades indígenas (OJO: se le pudre la boca o la mano al que dice o escribe: “indias”) quedan personas mayores capaces de dar la bienvenida a intrusos con buenas o malas intenciones… salvo si se trata de urbanos o provincianos venidos a más.
Rechazamos el racismo y el clasismo que, aún bajo las mejores intenciones, se aplica en los programas gubernamentales para integrar a los campesinos indígenas -incluso miembros de los Consejos de Sabios-, a “geniales proyectos productivos” enseñados por jóvenes de ambos sexos llenos de su superioridad intelectual. ¡Basta! Entreguemos la tarea de bien alimentarnos a todos a quienes tienen miles de años de tradición productiva, y esto rápidamente, antes que desaparezcan para siempre por culpa exclusiva nuestra. Enseñemos a los jóvenes urbanos la modestia en el aprender para guardar en la memoria colectiva los saberes del campo de policultivos llamados milpas. Devolvamos la tarea de nutrirnos a estas personas que no esperan otra cosa sino retomar su lugar en la sociedad cuyos ancestros fundaron y construyeron, y que les arrebataron los invasores. Dejemos de ser conquistadores y colonizadores de los nuestros en nuestro propio suelo. ¡Un poco de modestia para aprender otro modo de vida con base en otra cultura que la historia hizo nuestra!
Recuperemos nuestro prestigio como mexicanos, dignos ciudadanos y con nobleza, construyendo la Nueva Identidad del mexicano, al reconocer, recuperar, salvaguardar y ejecutar los conocimientos que los campesinos viejos tienen de Natura; para aprender de su destreza la manera de alimentarla para alimentarnos, de reciclarla para reproducir una vía de vida más brillante que la ofrecida por la tecnología de origen continental europeo. Tecnología que sólo apareció para desarrollar métodos cada vez más eficaces de destrucción de la madre naturaleza y de sus hijos…
Y si acaso la tecnología en uso sirviera para algo digno de la humanidad, descúbranlo, jóvenes científicos y entréguenlo a las nobles causas del bienestar general, no a la acumulación del capital.